El pan primero, los intelectuales después

Por REDACCIÓN CAFÉFUERTE

La ensayista y profesora cubana Graziella Pogolotti, presidenta de la Fundación Alejo Carpentier, se quejó este viernes por la falta de urbanidad en los servicios públicos en el país.

Pogolotti, de 78 años e invidente, relató en la prensa oficial que fue irrespetuosamente tratada cuando compareció a una oficina de la empresa telefónica para reclamar el reestablecimiento del servicio en su institución, el pasado 6 de octubre.

La recepcionista me atendió mientras deglutía un pedazo de pan. Tuve que esperar un rato por el compañero informado que había acudido a una panadería cercana. Al regreso repartió pan y por fin me dio razón de lo ocurrido sin dejar de mascar el mencionado alimento. Durante el tiempo de espera, tuve que escuchar a un hombre (no sé si trabajador o visitante) que narraba a voz en cuello historias de doble sentido”, escribió la intelectual en una carta publicada en el diario Granma.

Pogolotti,  hija del legendario pintor vanguardista Marcelo Pogolotti (1902-1988), es actualmente miembro del Consejo Nacional de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y figura de máximo reconocimiento entre la intelectualidad de la isla.

Reproducimos debajo la carta íntegra de Pogolotti, que fue publicada en Granma.

Falta de urbanidad

La Habana, 6 de octubre de 2010

“Año 52 de la Revolución”

Cro. Lázaro Barredo, director de Granma:

Estimado compañero:

Las pequeñas cosas ayudan a solucionar los grandes problemas. Como usted sabe, presido la Fundación Alejo Carpentier. Nuestro trabajo requiere constante comunicación con el mundo exterior. El correo electrónico es un imperativo de nuestra razón de ser, no un entretenimiento para corazones solitarios. Con cierta frecuencia se nos suspende intempestivamente el servicio eléctrico durante toda la jornada laboral, sea porque se están podando los árboles al moñito, sea porque se acometen reparaciones en las líneas, siempre sin advertencia previa.

Así ocurrió en la mañana de hoy. Los teléfonos estaban inaccesibles. Decidí acudir a la oficina correspondiente sita en la calle Zapata. Para entrar en el local, había que atravesar un camino vecinal y luego, subir unos pocos escalones invadidos por la hierba. La recepcionista me atendió mientras deglutía un pedazo de pan. Tuve que esperar un rato por el compañero informado que había acudido a una panadería cercana. Al regreso repartió pan y por fin me dio razón de lo ocurrido sin dejar de mascar el mencionado alimento. Durante el tiempo de espera, tuve que escuchar a un hombre (no sé si trabajador o visitante) que narraba a voz en cuello historias de doble sentido.

Si recuperamos la urbanidad y si informáramos adecuadamente, se aprovecharía mejor la jornada y se recuperaría el respeto mutuo, tanto como el que corresponde a la institución que cada cual representa en su puesto de trabajo.

Fraternalmente.

Graziella Pogolotti

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