Testimonio: El don de destruir

Testimonio: El don de destruir El gobierno de Fidel Castro desoyó recomendaciones de expertos cubanos para evitar el desmantelamiento de la industria azucarera cubana, años antes de la decisión que condujo al cierre de cerca de un centenar de centrales y a la caída de la producción a los peores niveles de la historia.

La muerte de la industria fue decretada por Castro en el año 2002, y su implementación se denominó Tarea Álvaro Reinoso. El plan de reestructuración buscaba disminuir a un potencial máximo de cuatro millones de toneladas la producción anual de azúcar, reducir las instalaciones industriales y las tierras plantadas de caña para lograr el rendimiento deseado.  Con vistas a esa meta, la industria debía producir una tonelada de azúcar a un costo de hasta 60 dólares (260 pesos), realizar las zafras en 90 días, cortar a la mitad el personal y aumentar la producción de los derivados de la caña.

Como consecuencia, de los 158 centrales azucareros que existían se cerraron 71  y muchos de ellos se demolieron, incluso los que habían sido remodelados con inversiones millonarias. El central Alfredo Álvarez Mola, en el territorio camagueyano de Sibanicú, fue uno de ellos.

La producción azucarera cubana se encuentra hoy en los niveles más bajos desde 1905. La zafra del 2010 se calcula en 1.1 millones de toneladas métrica, la peor en 105 años. Sólo 10 de los 44 centrales que molieron caña pudieron cumplir sus metas.

En abril se anunció que el Ministerio del Azúcar iba a ser eliminado y reemplazado por una empresa estatal, al tiempo que el gobierno perfila los planes para permitir la inversión extranjera que logre la revitalización del sector en un momento en que los precios del azúcar se han disparado en el mercado internacional.

El testimonio que presentamos a continuación pertenece a Caleb Vega, ex jefe económico del central Mola y testigo excepcional de la debacle ocurrida en la industria azucarera. Vega laboró en el sector por 15 años y salió de Cuba en octubre del 2007. Actualmente reside en Miami.

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EL DON DE DESTRUIR

Por CALEB VEGA

Sibanicú, territorio con una larga e histórica tradición ganadera y azucarera, vio cómo de repente sus dos grandes fuentes de empleo y vida social desaparecieron abruptamente. El cierre del central azucarero Alfredo Alvarez Mola, antiguo Najasa, fue el tiro de gracia para Sibanicú

Testimonio: El don de destruir ¿Qué es un central y qué significado tiene para los pobladores que viven en sus bateyes y laboran en la producción de azúcar y el cultivo de la caña? Para que se tenga una idea de la magnitud, el arraigo y la dependencia de estos pueblos con su industria le diré todo lo que se mueve alrededor de estas. Generaciones enteras de cubanos -padre, hijos, nietos-, han participado o vivido de las producciones cañeras. El azúcar, el tabaco, el ron, las palmas y la música siempre son un orgullo de los cubanos. Y nos identifica como nación.

Alrededor del Alvarez Mola creció el poblado con el mismo nombre y sus habitantes eran los que operaban sus maquinarias y cosechaban la caña. Existían profesionales con alta calificación y con muchos años de experiencia: ingenieros mecánicos, químicos, ingenieros agrónomos. En total alrededor de 2000 obreros trabajaban en las distintas labores de la agroindustria.

Contaba con siete  unidades básicas de producción cooperativa dedicaadas al cultivo de la caña de azúcar (UBPC) y una cooperativa de producción agropecuaria (CPA). Alrededor de cada una de esta unidades se fomentaron asentamientos con sus instituciones básicas.

Existían un taller de maquinado para la reparación y fabricación de piezas de repuesto de la industria, una base de transporte con carros para el tiro de la gramínea de los campos a los centro de limpiezas o directo al central, ómnibus para el trasporte obrero y de la población, una unidad de riego y drenaje que contaba con equipos de riego, taller de reparación, presas, canales, tres centros de limpieza donde se trataba a la caña para sacarle la paja y las materias extrañas, un banco de semillas para garantizar la calidad de esta. También contaba con dos locomotoras y alrededor de 80 carros para el tiro de la caña que se deslizaban sobre varios kilómetros de vías férreas, las cuales se enlazaban con el ferrocarril central para transportar el azúcar a los puertos.

Había además una pista de avión para fumigación, una fábrica donde se fabrica el Ron Sabanilla y el Corsario, almacenes de azúcar, de fertilizantes, almacenes de piezas, de comida y otros insumos, planta de amoniaco, una unidad de construcción con capacidad para construir viviendas, caminos y otras obras, un molino y secadero de arroz, cultivos de viandas y vegetales, casa de visitas, oficinas, albergues…

Era todo un complejo industrial del cual dependían pueblos enteros. Además, el valor millonario de sus activos a la hora de desmantelarse perdería la mayor parte del valor original; en la mayoría de los casos solo tendrían el valor de chatarra.

Tres años antes de tomarse la determinación de demoler el central nos reunieron a un grupo de técnicos, ingenieros y todo el personal calificado durante varios días , con la misión de realizar estudios en busca de soluciones. No se nos ocurría pensar en la variante de la demolición ya que esta industria había sido sometida a un proceso inversionista millonario con vista a su modernización, con la instalación de varios equipos modernos a un alto costo.

Después de varios días de trabajo en equipo la parte agrícola propuso eliminar las áreas cañeras con bajos rendimientos agrícolas y darles un uso distinto con la entrega de tierras en usufructo a campesinos, para reforestarlas, dedicarlas a la siembra de frutales, cría de ganado vacuno y producción de alimentos.

También se propuso dejar de usar productos químicos en el cultivo de la caña como fertilizantes, herbicidas, maduradores y en su lugar utilizar productos orgánicos. En esta comisión yo participé, las propuestas eran las más lógicas. Se le daba un uso adecuado a las tierras desechadas para la producción cañera, no quedarían ociosas con riesgo de infestarse de marabú y otras plantas indeseadas; por otra parte los recursos se utilizarían en aquellas tierras de mayor rendimiento agrícola.

En cuanto a la parte industrial se propuso eliminar dos centrífugas para dejar las mieles B sin purgar. La idea era extraer un azúcar de mayor calidad y libre de químicos para comercializar parte de la miel B. Como ya existía una fábrica  de ron se propuso construir una destiladora de alcohol; parte de este se utilizaría para el ron y la otra se comercializaría.

También se propuso que el cercano central Siboney,  perteneciente a la misma empresa,  se convirtiera en un central forrajero para la producción de comida animal a partir de la caña de azúcar y otros productos como la torula, que es un residuo de la destilación del alcohol.

La tecnología del central Siboney es más atrasada que la del central Mola, además contaba con menos caña de azúcar y con menos personal calificado.

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A grandes rasgos esta fueron las propuestas y las conclusiones a las que llegó el grupo de trabajo. En ningún caso consideramos la demolición. Esto estudios y análisis se presentaron en todas las instancias de dirección del país empezando por el ministerio del azúcar dirigido por Ulises Rosales Del Toro.

Pocos nos imaginamos que todas aquellas largas jomadas de trabajo de tantos técnicos y profesionales calificados no iban a ser tenidas en cuenta y ni tan siquiera se tomaron la molestia de analizarlas. Ya la decisión estaba tomada. El central Alfredo Alvarez Mola debía ser desmantelado, solo quedaría en pie su torre como la de los antiguos trapiche e ingenios.

Como un baño de agua fría llego la noticia de la demolición de la industria. Se apareció una delegación del ministerio del Azúcar, traían un video con unas palabras pronunciada por Eusebio Leal, el historiador de la Habana, refiriéndose a la historia de la producción de azúcar en Cuba. Realizó un recuento desde los primeros momentos hasta la necesidad histórica de la desaparición de la industria azucarera. El discurso  no convenció a nadie pero no era necesario: la decisión estaba tomada. El central azucarero Mola debía ser demolido hasta los cimientos.

Se reunieron con los obreros del central les prometieron que se le respetaría el salario, que se le daría oportunidad para estudiar carreras como contabilidad y finanzas, economía, ingeniería agrónoma, licenciatura sociocultural, derecho y cultura física. Otros serían reubicados. Que en ningún momento el pueblo seria descuidado, que con el dinero que generaría las ventas de chatarras se mejorarían algunas instituciones y viviendas. Les prometieron a los trabajadores que le darían material para reparar sus casas. Era evidente el descontento y la incertidumbre.

Contantemente venían delegaciones del ministerio a conferenciar y mostrarles videos a los trabajadores de la industria. Todo lo demostraban como un suceso histórico: el azúcar de caña como producto desaparecería o su consumo disminuiría a tal extremo que los precios no cubrirían los gastos, otros edulcorantes habían cubierto los espacios del azúcar. Fidel Castro no estaba dispuesto a diversificar la industria construyendo fábricas de derivados como el etanol.

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Muchos nos preguntamos ¿por qué? ¿por qué desmantelar una industria con tanta premura? ¿por qué si se había realizado un estudio por personal calificado con sólidos argumentos se decide desmantelar el central Mola en vez del Siboney?  La mayor parte de la materia prima quedaba en áreas del Mola. El Mola técnicamente superaba al Siboney. La capacidad de moler del Mola era de 190 mil arrobas diarias; la del Siboney 150 mil.

En un principio yo pensé que se trataba de paralizar la industria por unos años para recuperar las áreas de cultivos. Al caer las producciones de azúcar el precio subiría y Cuba tendría su industria y sus plantaciones en condiciones óptimas para reaparecer en el mercado con producciones de azúcar y otros derivados. Esto como estrategia debiera funcionar y era lo más lógico.

Un grupo de técnico y profesionales -entre ellos militantes del PCC-  armado de sólidos argumentos se presentó ante el ministerio del Azúcar y miembros del Consejo de Estado tratando de persuadirlos y advertirlos de que no cometieran ese error, pero no encontraron oídos receptivos. La orden estaba dada, no había marcha atrás: del Central Mola solo debía de quedar su torre y el Siboney como una empresa mielera.

Con la incredibilidad en el rostro poco a poco todos nos fuimos acostumbrando a la idea de desmonte. Al parecer, para evitar que comisiones como estas se repitieran se dio la orden de comenzar de inmediato el desmantelamiento. Brigadas con grúas, rastras y vagones de ferrocarril empezaron a aparecer en el contorno.

Al principio con mucho rigor se comenzó el desmonte de maquinarias y equipos, algunos de ellos podían conservar su valor, pero la mayoría no; solo se venderían como chatarras.

Mientras transcurría el desmonte los trabajadores fueron ubicados en aulas improvisadas que antes eran almacenes, talleres u oficinas; los más calificados como profesores y otros como alumnos para recibir clases de superación técnica y profesional. Se formaba, de facto, una nueva rama de la educación en Cuba como parte de la Tarea Álvaro Reinoso. Como es de imaginar la calidad de estos estudios no se correspondía con los títulos que se les otorgarían. Y la mayoría de estos estudiantes y profesores solo les interesaba cumplir con un plan de clases por el que se les pagaba. Otros obreros optaron por reubicarse en otras empresas y organismos del estado. Esto es parte de lo que sucedió con los trabajadores.

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¿Qué pasó con los recursos y materiales del desmantelamiento? La organización y el control con el transcurso de los días fue cediendo terreno al desvío y el despilfarro de recursos. Materiales como tejas de metal y vigas de hierro, que cubrían los techos y los laterales de algunas edificaciones, fueron desviadas para uso propio de trabajadores y otras para el mercado negro.

Los vagones de ferrocarril que se utilizaban para el tiro de caña fueron cortados en pedazos y vendidos como chatarras. La traviesa y los rieles de las vías férreas eran sustraídos de forma ilegal a la vista de todos y se vendían en el mercado negro. Todo fue como romper una piñata en un cumpleaños de niños. Al final del desmonte y desmantelamiento de toda la industria el valor de lo que pudieron recuperar apenas alcanzó para pagar los gastos.

Partes de las tierras improductivas y algunas instalaciones fueron asignados a la nueva empresa que se creó, llamada  Granja de Producción Agropecuaria Alfredo Alvarez Mola. Las funciones  de esta granja  eran tratar de buscar producciones que sustituyeran los valores de la producción de azúcar, dar empleo a parte de los obreros desplazados, producir viandas, vegetales, granos y hortalizas y prestar algunos servicios a la población. También tenía producciones animales como cerdos y ganado vacuno para la producción de carne y leche entre otras.

Estas granjas desde sus mismos comienzos estaban condenadas al fracaso. En primer lugar no contaban con los recursos necesarios e insumos como lima, guantes, machetes, equipos de riego y combustibles para la maquinaria que se usa en la  preparación de tierra y semillas. Las tierras conque contaban eran las mismas que tenían bajos rendimiento cañeros por lo que tampoco servirían para el cultivo de viandas y vegetales. En este momento estas granjas ya no existen como tal, sus producciones cayeron, se llenaron de deudas y año tras año acumulaban pérdidas, por lo que también decidieron desactivarlas.

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Cuba siempre apostó a los récords con la zafra del 70,  en la que Cuba tendría una producción récord de 10 millones de toneladas. Todos empezaron a mentir, desde los productores cañeros hasta los ministros. Nadie podía contradecir a Castro. Para la zafra del 70 se molió la caña de la próxima zafra, la semilla, retoños y todo lo que parecía caña. Esto se fue haciendo sistemáticamente año tras año. Nunca se pensó en la venidera zafra; se tenía que tratar de cumplir aun poniendo en riesgo las venideras zafras. Lo otro que mermó sustancialmente el rendimiento cañero además de ya no contar con semilla de calidad suficiente fue el uso excesivo de fertilizantes y otro productos químicos durante muchos años.

Hay tierras de estas que llevan más 50 años en explotación cañera sin darles reposo. También afectó  la compactación del terreno por el uso de la maquinaria cosechadoras, tractores, derrames de aceites y combustibles. Según el periódico Granma, el central Siboney -que se trató de dedicar a la producción de miel de calidad, se abandonó la idea y ahora muele caña de nuevo-  en este año 2010 tuvo rendimientos por hectáreas inferiores a 17 toneladas, cuando los rendimientos aceptables deben de estar por encima de las 50.

¿Qué quedó del antiguo batey del Central Alfredo Alvarez Mola? La realidad de los habitantes de esta comunidad es triste. La vida y el ambiente se transformó, alguno pudieron emigrar a otros territorios, otros se dedicaron al estudio sin un fin determinado, solo el de cobrar un salario. Las calles están desoladas, la destrucción no solo se observa en la industria sino también en el pueblo. Las promesas desaparecieron. El transporte para salir de la comunidad no es seguro y en ocasiones no funciona. Si sales a la calle lo más común es encontrarse con un antiguo trabajador de la industria convertido en un alcohólico. Con el paso de los ciclones el aspecto de desolación es más notable.

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